lunes, 6 de junio de 2011

Boston con la Roja (2)

Pues sí, había que estar con la selección aprovechando su paso por Boston, que queda a unas cuatro horas de viaje por carretera desde Nueva York, a lo que hay que sumar una hora en tren desde la capital del estado de Massachusetts hasta donde se encuentra el estadio, en medio de una zona boscosa sin nada alrededor.

Un tren (o "Soccer Train" como lo designaron para la ocasión) llevó al recinto deportivo a todo el que no disponía de coche, con las aficiones mezcladas en los vagones y la sucesión de cánticos de unos y otros (más tímidos los de los españoles a esas alturas de la tarde y más envalentonados y fanfarrones los americanos).



En los alrededores del estadio, aparte de muchas barbacoas de quienes habían podido ir con horas de antelación, se habían organizado diversas actividades. Por ejemplo, la firma de autógrafos del que fuera portero estadounidense en los Mundiales de 1990 y 1994 (los que coleccionaran los cromos por esa época se acordarán).


Pero eran los españoles los que ponían la animación. Y uno como epicentro de todos: el incombustible Manolo "el del bombo".



El Foxboro Stadium, que patrocina una marca de productos de afeitado y tiene una capacidad para más de 60.000 espectadores, registró una notable entrada, con el mérito que eso tiene en un país donde el fútbol está relagado a una posición muy secundaria.


Aquí, a diferencia de España, sí se puede consumir alcohol dentro, en este caso cerveza. Y la oferta gastronómica es enorme en número (la calidad y valor nutricional ya es otra historia, claro).


No faltó cómo no el himno americano cantado en directo, con alguna nota más o menos fuera de tono...


En el terreno de juego el único fútbol con mayúsculas lo puso la selección española, que se marcó un partidazo serio y de calidad cuando muchos temíamos que se tomaran el encuentro como un trámite incómodo del calendario.

Así de paso vengamos en parte lo sucedido en el verano del 94 en este mismo estadio, cuando Italia y el árbitro nos dejaron una vez más en la cuneta en los malditos cuartos de final.

Quién nos iba a decir a la chavalería de entonces que años después veríamos por fin el sueño alcanzado de ganar un Mundial (y una Eurocopa) y ser admirados además en el mundo entero por un estilo de juego que premia a los que defienden la belleza de este deporte.

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